día de mucho calor y es la siesta. y en la siesta: fumarola.
el domingo se detiene entre cordones y esquinas y asfalto hirviendo por tanto sol acumulado. no logro distinguir la mañana que se mezcla en las arrugas de mis sábanas y me obliga a desprender los párpados para darme cuenta una vez más que el cielo y sus nubes (inverosímiles) se estiran y se diluyen. y el contorno de la montaña que parece un pedazo de hoja celeste arrancado y por detrás la sombra que algunos deciden llamar montaña y el sonido atroz de una radio que atraviesa la puerta doble-hoja-de-mi-habitación. el olor de la comida. los pasos de los demás (son personas que caminan y yo veo espaldas que se despiden). quiero verte sobre la calle y los autos. siempre los autos que pierden su belleza cuando es de día y están en la ciudad. por que hay que ver que los carros en la ruta son bellos sin importar la luz que sobre ellos incida. pero es domingo y me despierto y ya la mañana se fue. víctima entre almohadas y ceniceros de colores. cuando uno sueña en colores ve las cosas como-realmente-son. el color se sitúa en el centro de las cosas. la densidad de los objetos y su color y el centro y la mañana que se revienta en el-medio-día y el desierto. y yo. despierto. tal vez ella también esté abriendo sus ojos. sus ojos son del mismo color del cielo. el cielo es azul porque ese es el color que te ayuda a pensar en cosas que nunca terminan. entonces sus ojos son el-cielo-que-jamás-terminará. hay un instante anclado. el momento en que decido tomar el auricular del teléfono y discar tu número. los números de teléfono son signos que marcan con sonidos las distancias y hacen que desaparezcan. me responde tu voz. una grabación que llena el momento. tu voz filtrada por cables y terrazas y edificios y ciudades calientes y estáticas. no estás. la noche anterior no estabas y yo quería verte. ver-a-la-mujer-que-dibuja-siluetas-en-el-aire. salí a la calle solo. sin vos. con gente claro. pero sin vos. cuando alguien quiere estar con alguien los demás no son. escuchar como esa mujer de vestido brillante expulsa notas de tango (primero hay que saber sufrir. después amar. después partir. y al fin andar sin pensamiento). mientras tanto la ginebra se desliza por mi alma y me vuelve quizá un poco más frágil. un poco más noche. luego volver a mi cama sin haberte encontrado. dormir. el domingo se detiene entre cordones y esquinas y asfalto hirviendo por tanto sol acumulado. no logro distinguir la mañana que se mezcla en las arrugas de mis sábanas y me obliga a desprender los párpados para darme cuenta una vez más que el cielo y sus nubes (inverosímiles) se estiran y se diluyen. el día. la tarde. pasan. se estrellan contra las vidrieras. observo pantalla de televisor y cientos de cosas en rayo PAL-N. son puertos y ladrillos y picaportes y mujeres y luminarias y todo se funde entre cortes y secuencias absurdas que me distraen del reloj y su perversa rareza de marcarnos los días. vuelvo a mi. decido caminar. pongo play a un libro: mejor que seas vos. quien toca mis manos de noche. y me acompaña. en mis oscuros mediodías. mejor que seas vos. las palabras se comen las palabras y sigo solo. en la interferencia. en la parte de atrás de este domingo. sobre la pantalla de un monitor en un sitio cualquiera observo como los dedos se repiten sobre el teclado para escribir. algo hace magia y ahora sos vos la que responde (tiempo real de los correos. las cartas van y vienen. son instantáneas y efímeras. párrafos que transitan el no-tiempo). nos escribimos entonces. decidimos que sería bueno un futuro rápido para vernos algunos momentos. no sabemos cuántos. los que la noche persiga. los que dejemos entrar. acordamos una hora determinada. como si hacerlo pudiera darnos la seguridad de un encuentro. acordamos un lugar determinado. ojalá que esta noche las calles no cambien de lugar y podamos descubrirnos. llegas en tu carro blanco. con pantalón blanco que se abre en tus piernas con pequeñas ventanas transparentes que desprenden y proyectan tu piel. los hombros están libres. los brazos también. tu piel está color dorado-por-el-sol. el pelo como imágenes en el aire. se mantiene dividido a izquierda y derecha por dos pequeños objetos de colores. (su pelo es del color de su piel y se mueve como el agua). vamos de bares. hablamos en el camino. el asfalto se desliza por debajo de las ruedas de tu carro y estoy sentado y vos estás sentada y nos divide la respiración y el sabor extraño de los labios que aun no se reconocen. llegamos al lugar. bebemos. quisiera hablarte de cosas que te hagan olvidar los malos momentos. quisiera decirte palabras que nunca nadie te dijo. pero no puedo contra mi y las palabras se proyectan por detrás de mi boca y no consigo hacer otra cosa que mirarte. ausente. pero cerca y nunca. veo la caída en espiral de tus hombros sobre el precipicio de la mesa. veo tu mano cerrándose perfecta sobre la transparencia del vaso. veo la llegada de la luz en tu rostro en el momento exacto en que me mirás para decirme algo. veo reflejos. observo como tus piernas se doblan sobre el final de tu silla y tus dos manos las abrazan. tal vez la mesa esté girando y todo el sitio insista en cambiar de lugar y tu auto ya no esté en la calle donde lo dejamos y nuestras casas se hayan ido y debamos buscar alguna isla con agendas atrasadas y muchas horas de sueño y camas nuevas y sabores y no despertarnos si no queremos. veo formas hermosas mientras estás sentada. con vos es más fácil ver las cosas. sin embargo. (esto lo pienso mientras sigo en silencio advirtiendo como la ciudad detrás de tu cuerpo se desvanece entre relámpagos). sin embargo pienso. me hubiera gustado poder decirte todo esto. pero una vez más. las palabras. degollaron mi boca.
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