OSVALDO SORIANO: SU DARK SIDE

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Hace poco el Sr. Cristian Venter, antihéroe musical de Subsidio, publicaba en este blog una cruel polémica desatada sobre las páginas del diario Pagina/12 respecto al aniversario de la muerte del popular escritor Osvaldo Soriano, lucha ilustrada en la que los batallantes eran Osvaldo Bayer, Guillermo Saccomano y Beatriz Sarlo. En apariencia la disputa se habría generado por una anécdota contada por Saccomano y avalada por Bayer en la que se relata las penurias de Soriano por sentirse excluído del académico e intelectual mundo de las letras argentinas. Bien, esta rencilla deja bien parados a los tres escritores mencionados y destroza sin miramientos la figura de Sarlo. En Subsidio pretendemos ser justos y por otro lado, mantenerte despierto, a continuación, dos artículos que le pegan a Soriano y pintan un aspecto oscuro de su personalidad, el primero publicado por su protagonista el Sr. Daniel Link en su blog. Aquí la nota:




No es raro que Radar se haya negado a publicar la réplica de Federico Monjeau a los desatinos publicados por Guillermo Saccomanno a próposito de un aniversario de Osvaldo Soriano, su amigo tan querido. Anécdotas como las que cuenta Federico se multiplican y pintan bien un carácter y un modo de obrar en el campo de las letras. Lo cierto es que Osvaldo Soriano sostuvo en vida (y, aparentemente, más allá de la muerte) un rencor incomprensible para mí contra Beatriz Sarlo. Y digo incomprensible porque recuerdo una conferencia, en los albores de la democracia, en la que Sarlo hablaba de la narrativa escrita durante la dictadura y en la cual, naturalmente, incluyó a Osvaldo Soriano (el texto resultante fue publicado por la revista Nueva Sociedad de Caracas, si no me equivoco). No recuerdo dónde sucedía esa charla (en la que yo estuve presente) ni tampoco el título de la novela de Soriano que Sarlo analizaba (es ésa en la que un avión fumigador tira mierda sobre... ¿una comisaría? ¿un cuartel? Leí la novela hace mucho tiempo y mi avanzado estado de descomposición mental me impide mayores precisiones), pero recuerdo con total claridad que Sarlo la postulaba (y el episodio del avión fumigador en particular) como una de las alegorías más potentes sobre la dictadura. A Sarlo podía no gustarle la literatura de Osvaldo Soriano, con todo su derecho, pero en su carácter de profesora de literatura argentina, al menos en la época en que yo la recuerdo, no lo ignoraba (después, siempre fue para mí más importante tratar de entender por qué le gustaba Saer que su poca inclinación hacia Soriano).Pero no es esto en lo que quería detenerme (cof, cof, enfermera: ¡la pastilla!), sino en el episodio que un comentador (tal vez tan viejo y tan gagá como yo) recuerda. Yo trabajaba en Ediciones de la Flor con Daniel Divinsky, quien almorzaba semanalmente, al comienzo de la democracia, con un grupo selecto de periodistas (la mayoría de ellos ex-exiliados) entre los cuales se contaba Osvaldo Soriano. Una tarde, llegó Daniel a la editorial después de uno de esos almuerzos y, entre divertido y escandalizado, me dijo que Soriano había reclamado mi prontuario. "¿Quién es?", insistió una y otra vez. Estaba disgustado conmigo, Soriano, porque yo había publicado una reseña desfavorable a la reedición de La vida entera de Martini en un suplemento que por entonces dirigía Martín Caparrós y para el cual yo colaboraba muy esporádicamente. Pedía, me dijo Divinsky, mi cabeza, sobre todo cuando le dijeron que yo trabajaba con Pezzoni en la Facultad de Filosofía y Letras (ese antro de deformación cultural). Como nadie podía servírsela, porque yo era un colaborador esporádico y nada más que eso en sus territorios soberanos, optó por pedir la cabeza de Caparrós, culpándolo, como editor, de la publicación de mi texto irresponsable (del que me arrepentí varias veces a lo largo de mi vida). Caparrós, para mi consternación, fue despedido del diario para el cual dirigía el suplemento literario.Así obraba el querido Osvaldo, sembrando el terror y la desocupación entre quienes osaran decir algo diferente de lo que para él era lo verdadero. Sus novelas nunca me parecieron malas (al menos las que leí): son simpáticas, legibles y seguramente tuvieron un papel importante en la formación de la clase media (y no del "pueblo", como dicen algunos comentadores un poco flojos de emoción) como público lector durante la transición democrática. Que se pretenda ahora convertirlo en una víctima de las élites literarias es un poco como disfrazar al lobo de cordero: mala conciencia, y resentimiento.




Ahora la réplica que el crítico de música, Sr. Federico Monjeau, envió al diario Página/12 y este se negó a publicar. Por suerte existe la red y el Sr. Link decide subir a su blog lo que sigue a continuación (en realidad la nota aparece publicada como un comentario al post que acabas de leer) y nosotros ni lerdos ni perez/osos, nos robamos la misiva y la colgamos en nuestro sitio. Aquí la nota:



(Este artículo fue enviado a Página/12 para su publicación el domingo 18 en Radar. Lamentablemente no se publicó; al menos, no querría privarme de su circulación en la red. F.M.)



Pertenezco al campo de la música y no suelo sumarme a los debates literarios, aunque un estado de indignación y un elemento de historia personal me llevan a responder a las diatribas contra Beatriz Sarlo publicadas el domingo pasado en este suplemento.En cuanto al debate público en Filosofía y Letras que propone Osvaldo Bayer, le sugiero que revise su lista de invitados, y explico por qué. En 1985 yo trabajaba como columnista musical en el diario La Razón y colaboraba regularmente en el suplemento cultural, que dirigía Ernesto Schoo y editaban Oscar Taffetani y mi amigo Guillermo Saavedra. A fines de 1986 Saavedra firmó una crítica adversa de A sus plantas rendido un león, la novela de Osvaldo Soriano. A los pocos días yo estaba conversando con Saavedra en su escritorio cuando llegó un sobre con remitente de David Viñas. Era una carta de puño y letra elogiando la crítica al libro de Soriano por su inteligencia y valentía; una pequeña hoja manuscrita, letras grandes en marcador verde; todavía recuerdo perfectamente el encabezamiento: "Estimado Saavedra, no lo conozco personalmente, y lo lamento…"Al poco tiempo el diario La Razón capotó y algunos de nosotros recalamos en Página/12, bajo el ala protectora del inolvidable Homero Alsina, jefe de la sección Espectáculos. Alsina nos dio trabajo, a mí como crítico de música y a Saavedra como crítico de teatro, aunque este último puesto duró poco: Saavedra alcanzó a publicar algunas críticas mientras Soriano estuvo de viaje; a su vuelta el novelista lo hizo echar del diario sin miramientos. El incorruptible Alsina lo vivió como un drama personal pero no pudo evitarlo.En ese momento resolví llevar a cabo una pequeña gestión personal, ya que a todas luces en la defensa de Saavedra se jugaba algo más que la defensa de un amigo. Decidí hablar con Viñas, a quien no conocía personalmente. Fui a visitarlo a su departamento en un edificio de la Avenida Córdoba. Me recibió amablemente; planteado el caso, le expliqué mi idea de armar una contracorriente en defensa de Saavedra. Viñas elogió calurosamente mis intenciones, se declaró inhabilitado de intervenir personalmente y me aconsejó que hablara con un "justo". "Tal vez Horacio Verbitsky sea el hombre", sugirió Viñas. No sé qué hubiera ocurrido de haber hablado con Verbitsky. Finalmente no lo hice.Con o sin Viñas de por medio, el relato que hace Bayer es penoso. Es patético imaginar a un escritor maduro y reconocido, además de chispeante y burlón como Soriano, pidiendo por teléfono "entrar a la universidad por la puerta grande". Según Bayer, lo que la cátedra de literatura argentina le habría negado a Soriano se lo habría concedido la cátedra de derechos humanos. Flaco favor.La carta de Saccomanno ni siquiera finge el tono de pastor bonachón de Osvaldo Bayer. Es un glosario de agresiones y torpezas que no se decide entre criticar a Sarlo por elitista ilustrada o por columnista de la revista Viva y que moverían a risa si no fuesen síntomas de un generalizado y cebado populismo, al que en este caso se añaden resentimiento y mala fe.
En apariencia las cosas jamás son como se dicen, pero sin embargo y paradójicamente sólo podemos conocer este tipo de historias, así, por el relato que nos llega de boca de los que fueron testigos o protagonistas. La literatura también tiene su espacio para el espectáculo burdo y violento. No todo es metáfora y heroísmo emocional. No todo es sueño mi estimado Calderón, algunas cosas, de tan reales, dan asco, o mejor dicho, náusea.

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