CANSANCIO Y ENVIDIA

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Extraño Miércoles, un día después del feriado, me siento un poco vacío, son demasiadas las cosas que debería hacer y no encuentro las energías necesarias para hacerlo. Creo que el hecho que sean cosas cotidianas, absurdas, por comunes e inevitables. Tristes, por conocidas y poco seductoras, dificulta y exagera el peso de la responsabilidad. Pendientes laborales y organizativas, anotaciones en mi agenda de futuros trabajos que no debo olvidar, llamadas telefónicas, cuentas para analizar las deudas y sus tiempos de vencimiento, limpieza de la alfombra del piso de arriba, comprar yerba para tomar mate, armar un sobre con importantes papeles para que Tusquets finalmente me envíe sus putos libros. Armar otra planilla con un pedido de discos que me faltan y que algunos clientes me reclaman. Imprimir unas carátulas que le debo hace semanas a Felipe. Decidirme a comenzar el insufrible gimnasio, mi cuerpo está en caída vertical y con él mi ánimo y mi carisma. Imaginar que diablos vamos a inventar para este Sábado en Ficciones y quién corno pondrá música el Viernes, parado detrás del negro mostrador que contiene nuestros sueños. Mi hermosa mujer que hoy también esta cansada y mira con ojos de lluvia la ruta que nos llevaría hacia el mar. El televisor que acumula ruido blanco. Los techos que hoy dejaron de gotear y eso quizá debería ser un motivo para la risa pero no. Vivir bajo el agua tenía un dejo increíble, un no se qué de Bioy Casares y esos cuentos que saltaban de lo cotidiano a lo fantástico. Ni siquiera puedo intuir cuál es el disco que debo escuchar para sentirme mejor. Cuando estoy así, me cuesta mucho despegar el cuerpo, de las sábanas y de ella, que abrazo como el único objeto flotante capaz de salvarme en esta sucia tormenta de vacío.




Se siente como Domingo de melancolía y sinsabor. Mañana es Jueves. Un día de color rojo. Veremos que nos deparan los caprichosos dibujos del destino. Les dejó un relato sobre la envidia, lo tomé de Hablando del Asunto, blog de Patricio Zunini.








Conan Doyle recuerda una anécdota que le contara Oscar Wilde:



Recuerdo que hablábamos de que la buena suerte de los amigos a veces nos producía un extraño descontento. Wilde nos contó la historia del diablo en el desierto de Libia. ¿La conoce? ¿No? Bueno, pues el diablo andaba ocupándose de sus asuntos y hacía la ronda de su imperio cuando se topó con un grupo de diablillos que estaban atormentando a un santo ermitaño. Utilizaban tentaciones y provocaciones rutinarias que el santo varón resistía sin mucho estuerzo. "No se hace así", les dijo el maestro. "Yo les enseñaré. Miren atentamente". Dicho lo cual, el demonio se acercó por detrás al eremita y con tono meloso le susurró al oído: "A tu hermano acaban de nombrarle obispo de Alejandría". Y de inmediato unos celos feroces ensombrecieron la cara del ermitaño. "Esta es la mejor manera", dijo el diablo.


Julian Barnes, Arthur & George, Anagrama, Buenos Aires, 2007, págs 393-394



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