SABER

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Sé que cada vez más a menudo siento la necesidad de mandar todo al carajo y declarar la farsa, la del loco lleno de furia que grita algo que no significa nada. Y abandonar la farsa no importándome ya lo que puedan opinar los capitostes, los consagrados, las academias, los suplementos literarios que compro cada fin de semana preguntándome sobre qué sentido tiene andar haciendo apología de si leo esto o lo otro, si tal multimedio opera así o asá, de si esto es cultura, que si tal fue menoscabado en cuál universidad por quien participa ahí mismo, o en otro en el que también escribe esa que cobra más o menos que la primera. Sé que estoy harto de preocuparme por si hay que escuchar o no el último disco del sello tal, que en realidad no es world music porque las discográficas hicieron tal o cual cosa para vender más de esa cantante que en Islandia es como dios, o es como un irlandés que se cree dios y mantiene dialogo con ese otro que fue criticado por el autor que ya todos deberíamos haber leído (porque tenemos que cumplir a rajatabla el imperativo de la cultura), ese que ya debería haber ganado el Nobel hace mucho porque el crítico de acá y no el de allá dijo que era brillante y que se debería hacer un acto de justicia antes de que tenga que terminar, a lo mejor, exiliado en el país que tiene campos de detención en otros numerosos países del orbe, incluso en esa isla de la que siempre hay que decir algo, campos en los que los salvadores aplican tratamientos inhumanos para que nuestro estilo de vida subsista. Y sé que no sé cómo hacer para finalmente salir de todo esto, disfrutar de otra vida en alguna isla del litoral en la que, inexorablemente, perecería presa de un aburrimiento de proporciones cósmicas. Sé que no puedo abandonar esta ciudad pero que me gustaría saber cómo hacerlo.




Texto tomado de Ficcionalista

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