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Es posible morir de manera ridícula. También se lo puede hacer de forma decorosa. Hay mecanismos que nos pueden convertir en héroes y otros que pueden dejar arañazos de cobardía en las páginas Web de la historia de la humanidad. Desnudo y con las nalgas al aire mientras nuestra amante pega grititos histéricos y el dueño del hotel alojamiento marca el número de la policía y la chica centroamericana encargada de cambiar las sábanas revisa los bolsillos del pantalón que descansaba (el pantalón ya estaba muerto desde hace una hora, porque la lógica de los objetos funciona de esa manera, ellos están acostumbradas a morir cuando nadie los utiliza) descansaba decía sobre la silla, y encuentra una foto de nuestra verdadera mujer y con cara incrédula mira primero a la amante y luego a la foto y luego a la amante otra vez, mientras en su boca se dibuja una sonrisa de picardía. Maldita suerte. Caminar una noche cualquiera por las calles de este desierto y asistir a un desafortunado hecho. Una hombre es golpeado salvajemente por un grupo de adolescentes furiosos, que caja de vino en mano, gritan obscenidades referidas a la madre de la víctima, a su hija y a su mujer. Y uno en un arrebato de valentía escupe un grito vudú de la garganta y se arroja en loca carrera sobre el grupo poniendo en práctica los años de televisión y cine de súper acción y golpea ciegamente a la caterva de malhechores. Un, dos, tres. Caen como moscas en verano. Puños certeros sobre las mandíbulas delincuentes. Patadas de justicia sobre esos estómagos forajidos. Y finalmente el abrazo entre llantos con la víctima y una frase humilde pronunciada por nuestra ahora, superhéroe boca. Algo así como: no es nada pichón. No es nada. Mientras damos media vuelta convencidos de nuestra victoria y nos alejamos con paso certero y desde la acequia donde había caído uno de nuestros oponentes una mano asoma y un brillo de muerte se refleja en la ciudad. Un estampido se oye en la noche y nuestro cuerpo cae fulminado. Nuestros ojos sorprendidos mirarán a la que antes fue víctima y sin pronunciar palabra sonreiremos y dormiremos para siempre. Heroico momento. Estatua y poemas y odas en nuestro recuerdo. Bendita suerte. Un mediodía cualquiera, sentados con nuestro jefe en un tenedor libre, elegimos una patita de pollo. Y el hueso de esa patita de pollo nos elige a nosotros y se queda a convivir al lado de nuestras amígdalas. Y entonces nos paramos tirando la botella de vino y la de gaseosa sobre la mesa y la silla cae hacia atrás y todo el restaurante se da vuelta y un niño de la mesa de enfrente le pregunta a su madre: mamá, mamá que le pasa a ese señor. Por que se está poniendo azul? Y nuestro jefe que grita algo de una ambulancia y la entrega de la campaña para el cliente de San Luis y el chino dueño del lugar que desesperado pronuncia palabras incomprensibles (claro, está hablando en chino) y unos alemanes borrachos que se ríen pensando que es una cámara oculta y tu último pensamiento que será: por qué no me decidí por la pechuga? Terrible y triste situación. O también esta otra. Haber nacido a mediados de los sesenta y coincidir con uno de los tantos episodios nefastos en la historia de este penoso país y haber viajado con tan solo 18 años a defender un pedazo de tierra inverosímil y haber muerto medio de frío y medio de hambre y haber enterrado a tu mejor amigo y haber vuelto y que nadie te recuerde. O esta otra. Haber ido a ver tu banda de rock favorita y observar como tu hijo y tu hermana y tus amigos se prendían fuego y hoy despertarte en medio de la noche temblando y con un extraño sentimiento de culpa por estar vivo. O esta otra. Vivir en el norte de este país y pesar menos que el aire y que tus huesos se marquen en tu piel y morir sin siquiera haber tenido una perra oportunidad de tomar una decisión. O esta. Cruzar la calle y que un cabrón que quería demostrar su masculinidad acelerando su autito te pase por encima y el mundo se apague con un ruido a huesos rotos y que por supuesto nadie nunca haga nada. O sino esta otra. Que una noche volviendo de cualquier lugar un policía te vea con mala cara y así por que si, saque su revolver y apriete el gatillo y te reviente la cabeza sin que puedas siquiera comprender porqué esta jodida existencia tenía que terminar de esta manera. Y sí mi viejo. La vida es frágil, fugaz, pequeña y definitivamente. Una sola. Y lo realmente importante no es la manera en que nos despediremos sino la manera en que decidimos transcurrir.

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