NIÑEZ - TEXTO DE DOMINGO

|

El lúcido Tao y Yo - Tarde de brillo y calor

Influenciado por el extraño encuentro al que fue sometido el Sr. Daniel Link, escribo esto.
Un retroceso a la infancia y quizá, más que a la infancia, a ese momento proustiano en que el tiempo se transforma y desprende partículas elementales que constituyen nuestra esencia y principal sostén niñeril para despojarnos de, por ejemplo, la inocencia, el juego, la libertad y la ausencia de temores reales y aburridos. Sin boletas de luz impagas, sin perversos locatarios que buscan, como villanos chaplinescos, el vil metal que tanto más que ellos nosotros necesitamos, sin vecinos escuchadores de música infecta y detestable, sin goteras en el techo, sin autos que se rompen, sólo los de juguete y siempre estaba mi padre o mis hermanos para solucionar el problema, sin gritos ni copas destrozadas, ni vinos del hastío, ni tabacos cancerígenos, sin resacas, sin colas en el supermercado, sin gordura o con gordura pero sin cánones de perfección impuestos por los medios totalitarios, sin marcas, ni de ropa, ni de vodka, ni de computadoras, sin comernos las uñas, sin odiar por costumbre y por aburrimiento, en fin, sin dolor, sin angustia y sin rencor por el triste y demoledor paso del tiempo. Sin darnos cuenta, por suerte, que ser adulto es un futuro inevitable.
Guardo en el altillo de la casa de mis padres muchos de los juguetes que me ayudaron a ser un niño feliz hace ya más de 20 años. Guardo el auto a control remoto con cable, rojo y gigante con su conductor sentado, eternamente quieto, sin envejecer. Guardo el set de construcción y los ladrillitos que hacía pensar en un futuro arquitecto a este perdedor que lo único que sabe hacer bien es mirar; guardo los soldaditos verdes, amarillos y rojos, los autos de colección que eran siempre sometidos a un detallado análisis por parte de mis amigos del barrio, debian por ejemplo pasar la prueba de la suspensión, que consistía en tomar el frente del auto en cuestión entre el dedo pulgar y el índice, y levantarlo del suelo a 45 grados aproximadamente sin que las ruedas traseras se desprendieran de la improvisada pista y soltarlo, la cantidad de rebotes que daba el auto al tocar el suelo era directamente proporcional a la admiración que provocaba en mis amigos. Algunos muñecos y veladores con forma de muñecos que se iluminaban desde dentro como teas eléctricas y translúcidas que encerraban la posibilidad nocturna de la vida, mis libros del espacio, mi cuaderno de anotaciones. Todo eso se encuentra detenido, custodiado por los que también quisiera que fueran eternos, mi viejos. Dejar este recorte del tiempo en casa de ellos es un claro símbolo de resistencia, una postura ideológica y emocional ante esta estúpida vida que insiste en convertirnos en mayores, que sean ellos los que cuiden mi pasado pues ellos me lo dieron. Quizá ese pequeño altillo, en el que mantengo en cautiverio a mi niñez, sin atreverme a abrirlo por miedo a que todo el presente se derrumbe, sea justamente eso. Un rincón criogenizado, una pausa de videocasetera a este demencial clip que es la existencia, una gambeta al necio avance de los años, un guiño a Borges y un por fin te gané reloj invencible, maldito archivillano. Por fin logré, en ese altillo, construir la tan ansiada máquina del tiempo.

0 Humanos Comentarizaron: