La cosa es más o menos así. Tomamos cerveza y tiramos troncos al hueco oscuro de la parrilla. Venter sopla los troncos y el fuego se queja con un zumbido dudoso. Crepitar le dicen. Tiramos hacia arriba el anillo metálico de nuestras latas de cerveza y escuchamos el psssfff que hacen, sin dejar de mirar el agujerito por donde sale el líquido y nos metemos más cerveza en el cuerpo. Las latas se terminan y Venter pregunta dónde conseguir más. Le paso unos envases de vidrio y sale a la esquina y compra más cerveza. Le pido que, ya que está, me compre puchos. Trae todo y seguimos tomando. Fumamos, yo Camel, él Parliament. Siempre me acuerdo aquello de "con su exclusiva boquilla filtrónica". Las llamas ahora son relativamente importantes y decidimos que ya está bien y que podemos poner la carne en la parrilla. Le cuento lo que compré. Tiramos entonces la carne sobre la parrilla. Mi mujer anda de acá para allá, acomodando. A veces se sienta a leer. A veces prende la tele. A veces prepara lechuga y tomate. A veces charla con nosotros. Venter nos cuenta de su nueva casa. La que le alquiló a Snake. Parece que hay que podar el patio porque no se puede pasar de la cantidad de ramaje que lo inunda. Le cuento la secuencia del otro día cuando una camioneta F-100 pasó a todo lo que da por la calle antes de que yo la cruzara, la camioneta iba con la caja llena de ramas y pasa por una protuberancia asfáltica y se le caé algo. Yo esperé que los autos pasen y fui y me fijé y era una tijera de esas para podar. La guardé en el bolso y me dije que para qué mierda la estaba guardando si yo no tengo un carajo que podar. Venter me dice que su misión ahora se ha revelado. La misión de la tijera obvio. Mirá vos. Hablamos de cosas varias y miramos la carne cocinarse. Seguimos tomando cerveza y yo abro el vino y lo pongo en el decanter-del-alquimista que me regaló mi mujer para mi cumpleaños. Para qué sirve eso, pregunta Venter. Le invento algo pero no queda demasiado conforme. No estoy muy lúcido últimamente. Ya está la carne lista. Mi mujer prepara la mesa en el patio y comemos y hablamos de cosas y de más cosas y de la vida también. Contamos historias, yo vuelvo a contar la del tipo que muere frente a mi en esa mañana de viernes en la que había comprado "Tokio Blues" y de regalo para ella "Abrigo" de Claudia Masin. Terminamos. Comimos carne de vaca y de cerdo. Chorizos y morcillas. Tomamos vino y ahora fumamos un poco de tila que yo tenía guardada en una lata. Mi mujer se va a dormir temprano y con Venter ponemos música. Después de todo para eso nos habíamos juntado. Me dice que me prepare, que la música que vamos a escuchar es de muertos y brujos y sonidos de la matemática pura. Veremos digo yo. Y si. Es así. Música narcótica-hipnótica-demencial-inquietante. Mujeres que lloran y agonizan notas. Ruiditos psicópatas. Quiebres y atómos que estallan en concordante vibración con vaya uno a saber que carajo. Máquinas perfectas para destrozar el cotidiano. Y la conclusión de la noche. Hay que ser estoico. Por que la vida es un ponerse y sacarse máscaras. Un exigir y un entregar. Un celar la cosificación de la propiedad privada. Entonces le cuento a Venter que cuando duermo, después de follar con mi mujer, pero no mientras duermo, más bien antes. Cuando separamos los cuerpos y ella se duerme apoyada en mi pecho, si, tal cual una escena de la Familia Ingalls, pero de esas escenas que jamás vimos porque sucedían dentro de la habitación de Charles. Bueno, cuestión que ella se duerme y yo quedo boca arriba, mirando el techo. En silencio, con poca intensidad de luz. Y entonces sí, me siento por completo libre, tranquilo, suelto, liviano, casi flotante. Y pienso, pero pienso de verdad, con profundidad y perspectiva, me dejo llevar por una sensación muy agradable, el ejercicio de recordar va de un lado a otro pero de forma suave. En ese momento disfruto más que nunca de la vida y el sentido de la existencia, disfruto pensar sin sentido, recordar con precisión detalles de mi infancia. Mirarla a ella dormir y amarla en silencio y a escondidas. Estoy como drogado, pero limpio, sin miedo a la resaca. Le cuento esto a Venter y me dice que eso se llama estoicismo y que de poder vivir así todo el día seríamos felices. Habrá que intentarlo, le digo yo. Seguimos fumando un par de tabacos más. Los discos giran implacables, suenan profundos y desgarradores golpes. También suena Jazz. Hablamos poco, la noche ya está instalada y las palabras sobran o simplemente no las encontramos. Siguen un rato más los discos. Después me duermo sobre un sillón. Atrapado por la música. Venter me despierta y me dice que llamó un taxi y que se va a su casa. Son las tres de la mañana. Me levanto del sillón un poco atontado por el sueño. Ordeno un par de cosas. Tiro las cenizas, lavo los vasos y limpio la mesa con una rejilla con Poett. Afuera en la calle suena una bocina y se ven unas luces que despiertan un poco la noche. Abro la puerta y Venter se despide con un abrazo. Sube al taxi y logró ver que le dice algo al conductor mientras mete la mano izquierda dentro de su bolso. Cierro la puerta y cierro con llave también. Apago luces y busco una botella con agua para llevarme a la habitación. Subo la escalera. Fue un buen asado.
ÚLTIMOS ASADOS ANTES DEL INVIERNO
Escrito por admin el día 13.3.08 | Pertenece a la Sección Textos Prescindibles
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5 Humanos Comentarizaron:
Suprimí el comentarfo anterior que era idéntico a éste, sólo que con erratas..
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Lo que cuentas me afirma en lo que está pasando(me). Barthes y su concepto de la tragedia. Los estilos artísticos, en la nota fluida, en un proceso cotidiano....
Si te sonó snob todo esto, te juro que era necesario que mencione a Barthes y a la tragedia. Ya verás.
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El olor a carne asada suele ser maravilloso si no eres vegetariano (tampoco lo soy)y ello combinado con la música, viene a ser como maná. La gloria.
comentarfo :) niet.
Me llegó el olorcito del asado a mi blog. Rico. Saludos.
Rain: no podría sonarme snob. Gracias por el tiempo. Seguimos leyendo.
Vero: ponemos más carne y te quedás, pero sin cedrón eh?.
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